VIAJE A CENTROAMÉRICA
Hay viajes que te marcan, lugares que te dejan poso para quedarse y formar parte de ti. Para mí viajar a Centroamérica fue uno de esos viajes, y de alguna manera un sueño por cumplir que tenía desde hace mucho tiempo. Subirme al avión y pensar que estaba a punto de descubrir países que desconocía casi tanto como la curiosidad y la atracción que sentía hacia ellos. Y de pronto, casi como si se tratase de un amor irracional, enamorarme irremediablemente nada más poner un pie en ellos.
El Salvador, el llamado «Pulgarcito de América» por su tamaño, es un país pequeño pero de una riqueza única y sobre todo de un corazón grande. Naturaleza por doquier, historia milenaria a través de sus pirámides mayas y una gran cultura y gastronomía como la de las pupusas, su plato nacional, para un destino que lo tiene todo. Pero Nicaragua también me sorprendió. De gente amable y cercana, este país es tierra de volcanes, y en él viví imágenes para el recuerdo que no se me borrarán en toda mi vida, como la de mirar a los ojos de tú a tú el cráter del volcán Masaya. ¡Inolvidable! De un pasado colonial que se deja sentir en cada uno de sus rincones, Nicaragua con ciudades como León y Granada son verdaderas joyas arquitectónicas y llenas de colorido y de un esplendor que todavía reluce. Y por si fuera poco actividades tan espectaculares como la de bajar la ladera del volcán Cerro Negro a casi 80 kms/h en una tabla. ¡Centroamérica también es adrenalina pura! Y tras Nicaragua, descubrí el significado de una expresión muy especial: «Pura vida». Costa Rica es la definición perfecta de ella. Naturaleza viva que te abraza fuerte y te conecta con ella mejor que ninguna red de wifi. Casi de la misma forma que como a nivel humano gracias al calor que te transmiten los «ticos» y su simpatía con todos los que los visitan, y que pasan sistemáticamente a convertirse en «maes» (amigos). Nunca antes había visto tantos animales en libertad. Dantas, guacamayos, monos, tortugas, perezosos, iguanas, caimanes y todo tipo de ranas e insectos y la lista sigue.
Y finalmente aterricé en Panamá, y me di cuenta que de todos los países, este era del que menos había oído hablar de verdad. Una sorpresa absoluta en forma de destino. Desde instantáneas fascinantes como la ver el skyline de la siempre bulliciosa ciudad de Panamá en el corazón de su casco antiguo, hasta tomar rumbo a un lugar muy especial: Chiriqui. Allí en Boquete, zona de naturaleza y montaña descubrí el Geisha, el café más caro del mundo, e hice la caminata de los puentes colgantes. Pero sobre en Boca Chica, viví otro de esos momentos que se me quedarán grabados a fuego en la memoria para siempre. Tras un paseo en lancha, la suerte quiso regalarme el ¡avistamiento de ballenas! No sabía que hubiera en Panamá. Y repente aquella familia de tres ballenas, como a sabiendas de que las observaba desde la embarcación, ¡se exhibieron en un número interminable de piruetas y maniobras para deleite de los pocos que presenciamos aquel espectáculo! Todavía hoy me cuesta encontrar palabras para describir ese momento, pero felicidad es una de las que se me viene a la cabeza. Y finalmente también en Panamá, conocí una cultura indígena como la de Emberá Querá visitando su comunidad, otra cultura y una forma de vida que sobrevive a los tiempos modernos dentro del país.
Que difícil se hace resumir todas estas vivencias y momentos en unas pocas líneas. Centroamérica me dejó huella y el tiempo que pasé se me hizo groseramente corto e insuficiente. Había mucho más por descubrir , otros países que visitar y sentía que me apenas había comenzado. Al mismo tiempo, esbocé una sonrisa que vistió mi cara casi sin darme cuenta, sintiéndome contento de haber tenido la oportunidad de ver aquellas maravillas. Y mientras facturaba la mochila y me dirigía entre mis pensamiento enfilando el pasillo del avión en busca de mi asiento, me prometí que esta no sería mi última visita, que pronto volvería para volver a esta zona del mundo de la cual me había enamorado.
Gracias!!